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Lima desde la combi

Nuestra amiga nos lo dejó claro. Si vais a visitar el Santuario Arqueológico de Pachacamac, coged un taxi. Nosotras asentimos con la cabeza. Que conste que hicimos por encontrar uno, pero todos recorrían el barrio ocupados. Quizá tampoco insistimos mucho, eso también es verdad. Decidimos preguntar a la gente que pasaba por la calle cómo llegar. Una señora nos indicó dónde coger una combi que nos dejaba bastante cerca. No teníamos ni idea de lo que era una combi hasta que un mini bus con un chico asomado en la puerta, antes de parar, ya nos estaba gritando el recorrido. Parecía que no tenía mucha intención de aminorar la marcha así que preguntamos desde unos metros antes de que llegara a nuestra posición, ¿va a Pachacamac?— preguntamos. — Subid, al fondo hay sitio nos dijo asintiendo.


Nos acomodamos como pudimos en los últimos asientos. La combi desde fuera parecía imposible que pudiera albergar toda la gente que estábamos dentro, pero como un tetris humano cada uno tenía su pedacito de espacio. Poco a poco las calles del centro de la capital se desdibujaban en un extrarradio más humilde. Pequeños negocios se sucedían calle tras calle. Construcciones de adobe y chapa se erguían sobre carreteras sin asfaltar. La imagen de Lima había cambiado por completo en menos de 15 minutos. Una señora sentada justo enfrente de mí, me advirtió. Niña, es mejor que ahora guardes la cámara. Yo obediente la metí en la mochila, dejando entreabierta la cremallera para que el objetivo tuviera acceso directo a la vista por la ventana. Otra ciudad pasaba delante de nuestros ojos, muy distinta a la que habíamos recorrido como turistas días atrás. La gente subía y bajaba rápidamente. Nosotras éramos las únicas que manteníamos nuestra posición en el último asiento mientras observábamos por la ventana. No teníamos ni idea de dónde estábamos ni dónde teníamos que bajar exactamente y sin embargo estábamos disfrutando del trayecto absortas en la cotidianeidad limeña. Su belleza latente se dejaba intuir a pesar de la velocidad de la combi. Entonces apareció él. Tras la ventana, cubierta por una piel protectora rayada, como cicatrices del tiempo, le vi. Parado en medio de la nada. Autopista y descampado. Un hombre de mediana edad. Los picos de la camisa azul asomaban por el cuello del jersey. Piel morena y pelo blanco. Un sobre bajo el brazo. Tenía un porte especial. La elegancia intrínseca de los actores de antes. Su mirada perdida en el horizonte era hipnótica, no podías dejar de mirar. En mi mente su historia cobraba vida mientras mi cámara tomaba un instante de su espera.



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